Aprender en casa y en pandemia

Aprender en casa y en pandemia

Por Mitsi Nieto*

Jamás imaginamos lo que está ocurriendo hoy en día. Que ir a la escuela pudiera ser desde casa, primero porque hay recursos tecnológicos que lo permiten y segundo porque nos podemos contagiar de un virus que con muy mala suerte, puede ser mortal.


A casi siete meses de confinamiento, los niños han tenido que regresar a unas clases que no son clases, en una escuela que es su casa. Los padres o responsables de crianza han tenido que volverse un poco locos entre el trabajo remunerado, el de casa, el de crianza y el de docentes. Todo el mundo habla sobre qué conviene, qué tienen que aprender, cómo y desde qué estrategias.


La constante es que nadie está de acuerdo con nada, nadie sabe cómo pero es como si nadie validara nada o bien, todos tienen LA respuesta, como si hubiera una sola.


En estos días he leído y sabido de padres que desean que los horarios sean tan extensos como sea posible, especialmente en las escuelas privadas. También están aquellos padres que desean vérselas lo menos posible con la demanda infinita de la escuela, o quienes decidieron hacerlo por su cuenta. Cualquiera que sea la opción, nunca vi tanta gente junta, tan involucrada en la educación de sus hijos, sobrinos, vecinos, parientes. Es como si de pronto el mundo entero se preguntara ¿Cómo aprende un niño? O mejor aún ¿Cómo aprende este niño/mi niño?


Mucho se ha dicho en diversos espacios educativos y psicológicos que los niños no aprenden con estrés, ni con maltrato, ni con etiquetas. Que aprenden con curiosidad, con gusto, con interés y sobre todo de las experiencias que son emocionalmente significativas, pero nunca antes como ahora somos plenamente conscientes de ello, porque los tenemos aprendiendo en nuestra sala.


Quizá la única constante es que los niños aprenden mejor cuando se los acepta y se los ama. Cuando se les respeta y se les dan opciones distintas para llegar a una conclusión. Cuando se respetan sus saberes previos y se reconocen sus esfuerzos. En resumen, los niños aprenden sólo cuando son bien tratados y ¿Por qué no decirlo? Los adultos también, aunque eso sí parecen saberlo todos.


El punto es no olvidar que lo importante es el niño, no los contenidos que queremos que comprenda. El niño y sus emociones, el niño y su bienestar. Todo lo demás puede esperar. Para cualquier madreo padre esto puede sonar lógico, pero la realidad es que muchas de las frustraciones y la angustia que sienten en esta pandemia, ya sea porque se quedaron sin trabajo, sin un espacio propio de interacción social o porque perdieron a un ser querido o temen perderlo; cualquier cosa que no podemos reconocer como propia, recae sobre los hijos a manera de espejo y la escuela es el mejor “pretexto” para desacordar con ellos y por lo tanto, para desahogarnos, pues existe la creencia socialmente legitimada de que es válido maltratar para enseñar. 

Las consecuencias de corregirlos en exceso durante las clases o después de ellas es que podemos generarles una gran ansiedad asociada al aprendizaje, que más adelante se traduzca en distintos comportamientos sintomáticos (alimenticios, de movilidad, de socialización, de atención, de aprendizaje, etc) que los acompañe toda la vida y los limite en sus logros académicos y profesionales. Es como si cuando maltratas a un niño para que aprenda, lo "vacunaras" contra el aprendizaje. No importa cuánto lo maltrates, aprenderá cada vez menos. 


¿Y entonces, cómo ayudar a su aprendizaje? Primero que nada, recordemos que no somos sus maestros, sino sus padres. Lo más importante que nos corresponde enseñarles es a amarse y a aceptarse a sí mismos, pues eso les permitirá salir avantes en las crisis, como la actual. Si pueden amarse en el mundo cuando todo está mal, podrán hacerlo también cuando las condiciones mejoren y ¿Cómo se enseña el amor? Es simple, amándolos y expresándolo en todas nuestras acciones. 

Otra gran lección que sólo es posible cuando amamos y aceptamos a un niño, es enseñarle a confiar en él y ser autónomo en su aprendizaje. Para ello dejarlos solos durante sus clases y no presionarlos con las tareas es el mejor modo. Si esto produce mucha ansiedad comentarlo con sus maestros puede ser una buena opción. Sus clases son un pretexto para seguir vinculándose con el exterior, no habría que tomarlas tan en serio, lo que no aprendan ahora, lo recuperarán cuando las condiciones familiares y sociales sean mejores. Lo único que hay que cuidar es el vínculo amoroso, que les dé la fuerza, la confianza y la entereza en la vida presente y futura.


Si no logras relajarte y de exigirte mucho a ti y a tu hijo, intenta conectarte con otra cosa, con una actividad o algo que te guste o disfrutes. También puedes buscar espacios colectivos para hablar de esto que sientes con personas que te aporten otro punto de vista (no que te agobien más). Y claro, siempre está la opción de escucharte en una terapia psicológica para entender de dónde viene esta exigencia que puede dañar seriamente tu vínculo con tus hijos. Lo importante es recordar que la letra nunca entra con sangre y que no es necesario sufrir para aprender, por el contrario, se aprende mejor cuando se disfruta. Quizás sea un buen momento para ti, para aprender a resignificar tu vinculo con la escuela, con la crianza, con el amor.


* Mitsi Nieto Durán es Psicóloga por la UAM Xochimilco, Maestra en Clínica Psicoanalítica por la Universidad de León, en España. Maestra en Educación, por la UPN. Doctora en Ciencias Sociales, con especialidad en Educación, por la UAM Xochimilco. 

Correo: mitsinietod@yahoo.com.mx

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